miércoles, 2 de mayo de 2012

Robots, la mirada de la ciencia en el devenir de la forma y en el fondo, el ser humano

Por Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte
Mayo de 2007 – Madrid, España






               Orlando Arias descubre la esencia del ser humano en los robots, producto de la mirada de la ciencia al interior del desarrollo. Robots con alma humana, sin ojos pero con vista más allá de la anécdota.
               Profundiza en la observación con detenimiento, viaja hacia la particularidad de lo complejo, del inusual laberinto que nos atenaza en un órdago distinto.
               Somos robots en un mundo amplio, lleno de espacios sin cumplimentar, aquellos que el silencio de las palabras acaricia.
               Robots que miran al cielo, que pretenden comunicarse con un alma inventada, pero, sin embargo, existente.

              No hay nada sin iluminación, todo lo que existe, incluso las máquinas, posee algún tipo de alma, aunque esté muy escondida, reflejándose en su propia anécdota, en su determinante mundo de aspiraciones basado en el paradigma de los deseos no cumplidos.
               Somos seres errantes, que ascendemos y descendemos, que subimos y bajamos hacia cotas insondables, aquellas que nuestro corazón pretende acariciar, en las esquinas, buscando el calor circunstancial, a veces renunciando al amor total, pero vislumbrando algunos fragmentos de una sinfonía que puede componerse.
               El mundo de robots del creador boliviano se basa en la dinámica de la propia evidencia, aquella que sabe donde está la salida y la entrada del laberinto, pero que gusta de aventurarse a la larga marcha, buscando la revolución cultural inevitable, pero, a la vez, siendo una idea la que determina el alcance final de la acción. Una idea humanizada en un mundo complejo, alejado de sí mismo, al margen de controversias, de instantes fugaces, aquellos que se pierden en la premura de la propia esencialización de las cosas que son fundamentales.

               El creador latinoamericano, residente en la actualidad en Madrid, realiza una obra surreal, alegórica, con temática simbólica, densa, elaborada matéricamente, con colores intensos y sensuales, con predominio de contrastes, entre rojos, amarillos, azules, verdes, negros, marrones y violetas.
               Su paleta es variada, luminosa, con determinación americana, dado que sus cromatismos están encendidos, parecen llamas que se propagan en la  llanura del pensamiento, en el bosque intenso de las palabras, dado que son producto de conceptos muy evidentes, producto de la propia coherencia en el pensamiento del devenir.
               Hay futuro, pero también un sentimiento intenso de soledad, de estar aislados en un planeta enfermo, falto de moral, sin valores, reflejando la angustia en los robots que son personas, pero, también máquinas, porque la fiebre del consumismo nos ha convertido en almas en pena, sin ideales, en un mundo siempre enloquecido por la fiebre de poder. En un planeta de choque de intereses, nosotros, seres que estamos iluminados pero no lo sabemos, aspiramos a la iluminación pero nos venden marcas y productos para prolongar la mirada de la ciencia en el devenir de la forma. Nos preparan para vivir más en un contexto banal, en el que lo que importa es el exterior luminoso y no el interior iluminado. 

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