Comentario de Federico Villegas Barrientos
Poeta, escritor y crítico de arte
Medellín, Colombia 1997
Escribimos
en un pasado reciente, entre otras cosas, que este pintor era un guerrillero de
estrellas en la soledad del caballete disparando colores.
Concepto
semi poético en el cual no puedo quedarme ya que su obra es honda y compleja. En
sus principios, en su tierra natal Potosí Bolivia, muy niño ya mostraba su
paisaje natal, retrato de caserío, de construcciones viejas que se agrupaban
una con otra recostadas con melancolía de adobes desnudos y rizados techos con
el barro de las tejas quemado por el sol y el tiempo, formando un paisaje de
soledad y de pobreza tristemente hermoso, dentro de un color, esa sangre del
adobe gastado por el viento y las lluvias.
Logros
apenas de un poeta de la plástica como Orlando Arias (que a pesar del tiempo,
los conocimientos, la cultura adquirida y todos los ismos por los que ha pasado
en esta época de grandes vivencias abstractas) siguen teniendo vigencia en los
románticos.
Hoy es un
medio antioqueño este pintor de pocas palabras y de muchos colores.
Para mí es
una satisfacción y un orgullo lleno de luces el compartir este libro donde
Orlando no ilustra los poemas, porque nos ilustra a todos. Vamos de la mano
como dos hermanos de la poesía. El de la plástica y yo de la palabra, unidos y
para siempre.
En la
mayoría de estos trabajos de Orlando de estilo figurativo están las raíces de
una raza aborigen que orgullosamente ostenta y no esconde como lo hacen la
mayoría de los criollos que a la sombra y con maquillaje vanidoso, reniegan de
los principios quedándose en el limbo de la mediocridad.
Que bueno
fuera que se detuvieran en la obra de este pintor, en los rostros de piedra de
los indígenas que nos miran con sus pequeñas tumbas de dolor indio, que parecen
tallados por el cincel apocalíptico de un fantasma que reclama el paisaje que
le arrancaron a su raza los fariseos, aventureros del becerro de oro.
Los rostros
de los indígenas creados por Orlando, llevan un silencio milenario que acusan
en un grito interior de roca, donde la melancolía habla el lenguaje ofendido y
maltratado en todas las formas por los advenedizos que asaltaron una raza llena
de armonía.
Los indios
no eran terratenientes, eran dueños de la Sabiduría de la flora y del paisaje
al cual se integraban naturalmente como corren los ríos por las llanuras, raza
sabia en la botánica y en la medicina natural, desnudos, sin la invención de
moralismos que arrojan pingues dividendos bajo los campanazos que asustan las
palomas.
Lo anterior
y más lo entiende la sensibilidad de este artista que nos muestra en sus
últimas creaciones un semicubismo que asombra. (Y que no es la manera ni el
deseo del pintor por minimizar al hombre). En esencia, todo artista auténtico
es testamentario de lo presente, es el historiador, o mejor el notario del
espectáculo que se vive y que dictan los acontecimientos.
El hombre de
hoy, muy a pesar del pintor que quisiera plasmarlo con las dimensiones
positivas del ser humanista, es todo lo contrario, está derrumbado, atraído por
el oro que lo encandila y lo emborracha de frivolidades, le hace perder el
equilibrio y lo convierte en robot o computador, lleno de fichas y de fechas,
lejos del calor y del aliento humano... Convertido pues en una caja o saco
vacío, en un tubo o cilindro, túnel sin salida en forma de humanoide como lo
representa Orlando: Chatarras que apenas muestran lo poético en pajaritos de
metal. Manos de pinzas, cabezas de tenazas, frío formato de la materia inerte,
sin dolor, sin grito ni desesperanza, como la lápida o el metal que tienen la
indiferencia de una soledad de espaldas a la vida.
Estos
artefactos de Orlando, bella y estéticamente alineados sobre un tablero de
colores, muchas veces sepia como la tierra limpia, hacen un conjunto estético y
armónico nunca igualado en la pintura de la época.
Semejan
fantasías de un genial y ebrio escritor de ciencia- ficción narrando historias
de extraterrestres.
Este
estilo último que nos muestra el pintor Arias, es el primero. Y no he visto
nunca en otro artista de la plástica, quien entregue la factura de los colores
y la línea tan serenamente con la sutileza y la luz llenos de una placidez
simple que resiste el tenerlos frente sin ninguna mortificación, sin cansancio
que de pronto la monotonía nos embargue viendo aprisionadas las formas
fotográficas y sin ningún misterio.
La
maravillosa obra estética de este pintor que apenas en la madurez de su periclo
nos entrega los colores, la forma, la luz, la línea, lejos del morbo y de la
orgía empalagosa de colores que utilizan los necios.
Las obras
nos la entrega Orlando bajo la atmósfera del asombro conjugando en sí algo que
se enmarca y se cuelga en los muros para que permanezca eternamente como el
espejo que refleja el alma de un artista que pasó por estas tierras y nos dejó
la huella de un Hombre: ORLANDO ARIAS MORALES que nació en Potosí Bolivia.
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